viernes, 13 de enero de 2012

Héctor y Raquel 4. Pinar de Chamartín





4.- Pinar de Chamartín.

No sé cómo ni por qué entré en el siguiente metro que pasó, estaba en Serrano y simplemente dejé que fueran pasando las estaciones, Velázquez, Goya, Lista…así hasta llegar a la última parada: Pinar de Chamartín, salí del metro, una señora me ayudó con mi carrito y al llegar a la superficie un rayo de sol me golpeó de una manera inesperada, después una persona pasó a mi lado y me dio los buenos días. Fue como un chute de esperanza, una inyección de energía que me hizo olvidar por completo del día horrible que llevaba y que me dio fuerzas para seguir andando.

En Pinar de Chamartín se rodó una de mis películas favoritas, “La Cabina” con José Luis López Vázquez, ¡que paradoja! Pensé, me encuentro como el actor de esa gran película encerrado en una cabina sin que nadie pueda ayudarme a salir, como recordaba perfectamente el final, preferí no seguir pensando en esto y volver a las buenas energías recibidas con anterioridad.

Me dirigí a la Parroquia de Santa Maria del Pinar, a ver si ahí me podían echar una mano, había una pequeña iglesia y al lado un centro donde la gente sin hogar y sin recursos iba a comer o a cenar, en cuanto llegué me encontré con un sacerdote muy joven que en seguida se preocupó por mí, me hizo pasar, me invitó a una taza de caldo que tenía en un termo metálico y me dio un trozo de pan, yo tenía las manos y la cara congelada, me supo a gloria, nunca mejor dicho… me hizo sentarme en un viejo sofá y me pidió que le explicara mi historia.

Mi suerte está cambiando pensé, me encontraba hablando con un señor, en un, para mí, comodísimo sofá con un buen tazón de caldo en las manos y sintiéndome otra vez una persona.

Mientras le explicaba a Fran, (ese era su nombre) mi historia, él me miraba a los ojos y me cogía de la mano, esa fue una experiencia indescriptible, tenía ganas de abrazarle y de llorar de emoción pero me quedé ahí sentado explicándole más o menos lo que me había pasado, digamos que lo suavicé un poco y no le conté algunos de mis devaneos con la mala vida.

Cuando terminé mi historia los ojos de Fran estaban inundados en lágrimas, entonces fue él quien me abrazó y yo también en ese momento rompí a llorar. El día de hoy estaba siendo una autentica montaña rusa y no sabía dónde me iba a llevar todo esto.
Fran se hizo cargo de mí, me dio ropas limpias y me acompañó a un baño donde había unas duchas, me dio una toalla y un bote de gel. Me di una ducha con agua caliente, bien caliente… me lavé el pelo, detrás de las orejas, los dedos de los pies, todo a conciencia, volver a sentir esa sensación, fue indescriptible, me olvidé de mi úlcera, de mis dolores, de todo…

Al salir de la ducha me corté las uñas de las manos y de los pies y Fran me llevó a una peluquería que había a la vuelta de la esquina donde por lo visto le cortaban el pelo gratis a las personas que él llevaba ahí, me afeitaron la barba y me cortaron el pelo.

El resultado fue espectacular, me miré en el espejo y lo que veía se acercaba bastante al Héctor que un día fue. Fran permanecía a mi lado, no se separó de mí ni un segundo, cuando salimos de la peluquería, le pregunté qué era lo siguiente, y él me contestó que ya se vería…

Volvimos a la parroquia era la hora de la cena, y llegaron unas 50 personas que cada día venían a cenar ahí, había de todo, inmigrantes, personas que estaban en el paro, madres solteras todos ellos con buen aspecto.
Estaba Matilde, la cocinera voluntaria que esa noche había preparado patatas con carne, con lo que les habían dado del supermercado del barrio.
Después de la cena las 50 personas se fueron, todas ellas dándole las gracias a Fran, él conocía a todos por su nombre y les iba preguntando por otras personas que esa noche no habían venido, por sus familiares etc… fue muy bonito.
Al irse la última persona yo me quedé ahí para darle las gracias y buscar unos cartones y un sitio donde dormir, pero Fran se negó me dijo que esa noche la pasaría ahí, que tenía una habitación para esos casos y tras una larga charla, me acosté en una cama, con sabanas limpias y mantas, calentito como hacía años que no hacía, me sentí feliz.

El problema fue que mi cuerpo reclamaba mi dosis de alcohol, si bien durante la cena no lo había notado, la sensación de volver a ser persona me lo había mitigado pero ahora sólo, en esa cama todo era diferente.
Me puse nervioso, no podía dormir, me sudaba todo el cuerpo, me dolía el estómago, y tenía temblores, primero intenté dormir pensando en lo bien que se había portado Fran, pero al cabo de un buen rato me levanté y me fui hacia la cocina, yo estaba acostumbrado a emborracharme cada noche, y esta, desgraciadamente no iba a ser una noche especial.

Durante la cena no nos habían dado vino, solo jarras de agua de esas metálicas como las que había en el comedor de los Maristas cuando yo era niño. Rebusqué por el almacén de la cocina y no encontré nada, entonces fui hasta la iglesia donde Fran daba las misas, ahí seguro que encontraría algo de vino, y en la sacristía que había justo al lado del altar me encontré todos los enseres de Fran para dar misa, su sotana, el cáliz, las hostias y el vino.

Por suerte las botellas de vino se abrían con un tapón de plástico, agarré la primera botella que vi y del primer trago me bebí más de la mitad de la botella… ufff me sentí aliviado en un primer momento, mi cuerpo agradecía la dosis de alcohol que le estaba dando y mis dolores estaban remitiendo, pero en seguida me sentí triste, una vez más la estaba cagando, toda la confianza que Fran me había depositado yo la estaba desperdiciando.

Me senté en una cómoda butaca roja y me puse a llorar y a beber, me estaba dando cuenta de lo que me estaba pasando y eso me entristecía cada vez más, bebí y bebí hasta un punto sin retorno, me entró hambre y me comí un paquete de hostias, estaban muy secas pero me daba igual, me entró frio y me puse la sotana de Fran, era gruesa blanca con bordados dorados, muy bonita, seguí bebiendo, hasta que me quedé dormido en la butaca. Debían ser las 04 de la mañana.

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