miércoles, 21 de octubre de 2015

Cocinandos

En nuestro periplo por tierras asturianas nos quisimos desviar hasta León para conocer la propuesta de COCINANDOS, un restaurante que conocíamos por oídas y "leídas" y que tenia muy buena pinta.
La propuesta es radical, un único  menú degustación compuesto por 6 medias raciones (a nosotros nos dieron 2 mas...) a un precio fijo de 41€.
El restaurante tiene una estrella Michelín y la verdad es que es muy muy merecida.
Una cocina sabrosa, reconocible, sencilla, original y sobre todo muy muy buena. 
Valió la pena el desvío y os recomendamos que si pasáis por la zona, os acerquéis y os deis un homenaje. 




Espuma de morcilla y compota de manzana


Mejillones thai


Plato que le cambiaron a Ana, Sopa de cebolla con falsa trufa


Roast Beef, esferas de queso y frambuesas ECO 


Plato extra, de verduras con huevo y panceta 

Arroz con pulpo y setas 


Presa de cerdo ibérico con lentejas


Frambuesas, choco blanco y mascarpone 


Leche, cacao, avellanas y azucar. 


jueves, 15 de octubre de 2015

Recuerdos gastronómicos de infancia 2. La comida en casa de los primos.

Un acontecimiento gastronómico en toda regla en mi familia era el día que íbamos a comer a casa de los primos del pueblo, en Cadillac, un pequeño pueblo a las afueras de Burdeos.
Mi tía tenia huerta, pollos, conejos, ocas... y cocinaba como los ángeles. Era enfermera y mi tio creo que carpintero aunque lo que siempre me repetían era que era Bombero voluntario.
La comida en su casa era lo que se dice un BANQUETE en toda regla. Mesa imperial gigantesca, mantel de hilo, cubiertos de plata, cristalería de Bohemia, y vajilla holandesa.


En la mesa nos sentábamos unas 16 personas, mis tíos y sus hijos, mis abuelos, mis primos y unos señores que no recuerdo que imagino que eran familiares de mi tía. De echo el comedor creo que solo se utilizaba una vez al año, en Navidades para recibir a la familia.
Al llegar teníamos el primer problema Romain y yo: recordar si en esta casa se daban 2 o 3 besos... teníamos verdaderas peleas internas para no ser los primeros de la fila, un autentico suplicio... una vez pasado este mini calvario teníamos que descalzarnos a la entrada, normas de la casa... y después ir a jugar con nuestros primos que veíamos solo 2 veces al año.
Yo en cuanto podía me escapaba a la cocina para ver que es lo que mi tía nos tenia preparados.
El menú en cuestión no pasaría ningún control dietético. Foie Gras, Patés, Ostras, Confits o Magrets de sus propios patos o ocas que mataba para la ocasión, aunque siempre había una minúscula ensaladera con guisantes o alguna que otra tontería verde  tipo guisantes y lechuga para acompañar una bandeja de quesos que ya la quisieran tener muchos restaurantes.
Seguía esperando a que nos llamaran a la mesa hasta el momento que nos tocaba y ahí me veía yo, en primera fila, en la zona infantil, a poder ser... lejos de mi madre y esperando la comida.
Como siempre mis abuelos se peleaban aunque menos que de costumbre, el resto de conversaciones:  batallitas de infancia, recuerdos de la guerra, anécdotas varias y mil y una alabanzas hacia los manjares y la cocinera, aunque siempre había (como en cada casa) el que no acababa de estar contento con lo que nos servían.
Una cosa que nunca faltaba era una botellita IMPRESIONANTE  de Sauternes para acompañar el Foie Gras, como sabían que a mi me volvía loco, me dejaban ponerme una copita, y os aseguro amigos, que eso era pura miel, Acidez, Dulzor y Complejidad unidas de la mano, todavía lo recuerdo.
Un autentico festival que podía durar 2 o 3 horas, pareciera que se iba a acabar el mundo, pero no solo por la cantidad, sino por la calidad. Mi madre no paraba de repetir que ya había suficiente comida y que no sacara mas; (cuando esa pobre mujer llevaba 1 semana preparando) yo rezaba (y en esa época ya era ateo) para que  nadie le hiciera caso. Y esa mujer, de mejillas sonrojadas, coleta y delantal siempre puesto, no paraba de entrar y salir de la cocina y sacar mas viandas, unos pichones, una Quiche Lorraine, un Melón de Cantaloup con Oporto en su interior, unos Creps de postre, era realmente La Grande Bouffe.
Después de comer nos arrastrábamos hasta los sofás Luis XV (hasta que nos echaban los mayores) donde estaba encendida la chimenea e intentábamos volver a ser personas. Entonces llegaba el momento de mi tío, mi tía y el resto de las mujeres se iban a la cocina a recoger, (mi madre que ya era feminista creo que no iba...), entonces mi tío abría su mueble bar en forma de globo terráqueo donde tenia una colección de licores de primer nivel, Cognacs, Armagnacs, Schnapps, Calvados, Whiskys etc... había de todo, ahí le servia a cada uno su copazo y seguían arreglando el mundo, se reconciliaban de la batalla de la mesa y echaban una cabezadita. Yo también había echado la mía.
Cuando ya había hecho la digestión nos íbamos de nuevo a la habitación de mis primos donde nos enseñaban sus juguetes nuevos, había venido Papá Noël y siempre era muy generoso con ellos.

FIN.